Miles de fuegos purificadores iluminaron la noche más corta del año en toda España. Es la fiesta de san Juan, homenaje ancestral al sol, al verano, a la vida. Alegría, música, magia, amor. Pero también muerte. En la comarca de El Bierzo (León), las hogueras de San Juan se alimentan de la tragedia. Están mayoritariamente hechas con los cadáveres de decenas de viejos castaños, muertos por miles debido a dos enfermedades incurables, el chancro y la tinta.
Estos hongos terriblemente virulentos están diezmando la inmensa riqueza forestal berciana ante la ya tradicional impasibilidad de la Administración regional, que tan sólo recomienda el arranque de los ejemplares afectados.
De esta forma, como quien se deshace de una inmundicia, los grandes castañares de los sotos de El Bierzo, punto caliente de biodiversidad, acaban en el fuego. Un ejemplo lo hemos tenido ayer en San Juan de la Mata, en el municipio de Arganza, donde no están seguros de entrar en el Guinnes de los Récords con la hoguera más grande del mundo, aunque quizá lo logren, pero sí que su resplandor se habrá visto en media comarca. Una pira nocturna donde se han consumido más de cien toneladas de troncos, algunos de hasta tres mil kilos.
Al igual que la grafiosis acabó con los olmos españoles, el chancro y la tinta está diezmando a los castaños. En El Bierzo, donde se localiza el mayor castañar de Europa, pueden estar afectados ya el 80 por ciento de todos los ejemplares. También y especialmente sus cientos de ejemplares centenarios, una riqueza natural única.
En realidad, como me explican desde la asociación A Morteira, sólo los castaños que se encuentran por encima de los 800 metros de altitud están de momento a salvo. Pero por culpa del cambio climático, este refugio cada día es más inseguro frente a esas dos virulentas enfermedades que nadie parece dispuesto a parar.
Las buenas prácticas forestales de nuestros sabios abuelos evitaban la llegada de este tipo de plagas, pero ahora, con las prisas y la mecanización, le estamos dando alas a la proliferación de todo tipo de enfermedades. Y en vez de luchar para salvarlos, en vez de llorar su pérdida, preferimos competir con el vecino a ver quién la tiene más grande, la hoguera. Y les prendemos fuego. ¡Qué viva la fiesta!
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