Félix Iglesias / MSR-INFO / WOLF
Islandia es una tierra de contrastes. No sólo por ser el campo donde el fuego y el hielo batallan sin tregua, sino también por esa sorprendente calidez de su clima a pesar de rozar el Círculo Polar Ártico, ya que los fríos invernales están abrigados por la cálida corriente del océano. Aislada en medio del Atlántico Norte, sin apenas materias primas, esta isla es desde hace décadas una de las naciones más ricas del mundo y con una capacidad tecnológica de primera fila, donde casi un tercio de sus educados y preparados habitantes siguen creyendo en elfos, trolls y seres maravillosos.
Quizá todo se explique cuando uno se ve obligado a pasar muchas semanas en noche perpetua y varios meses con escasísimas horas de luz. Ese recogimiento da para mucho, para estudiar y para imaginar y también para tener una de las tasas de natalidad más altas en el mundo desarrollado, además de una estructura familiar vivamente sólida pero ciertamente singular, pues una mujer puede tener hijos de varios padres y vivir sola. Quizá sean reminiscencias de las largas ausencias de los vikingos, que tras meses y años asaltando otros pueblos llegaban a casa para conocer a sus nuevos hijos y los aceptaban pues lo fundamental era procrear en una tierra que da muy pocas oportunidades.
Dicho esto, la mejor época para disfrutar de todos los encantos de Islandia va desde mediados de junio hasta mediados de agosto, dos meses con muchas horas de luz y un clima benigno. Lo primero que sorprende es la cantidad de horas diurnas del verano islandés.
La mayoría de los visitantes recorre la isla en sentido contrario a las agujas del reloj. Lo habitual es arrancar de su capital Reikijavik para circunvalar el país por la Nacional I ; no en vano es prácticamente la única carretera en condiciones para desplazarse con vehículos convencionales, ya que la mayoría de la población está asentada en el litoral, además de que las fuerzas telúricas modifican caprichosamente la orografía, convirtiendo en una pesadilla el mantenimiento de las infraestructuras viarias. Lo más recomendable es alquilar un vehículo con tracción a las cuatro ruedas, aunque quien quiera utilizar el transporte público, puede moverse con facilidad.
En el sur de Islandia se concentran la mayoría de los glaciares, destacando el Vatnajökull, el más grande de Europa, con una extensión similar a la provincia de Madrid, seguido por los de Langjökull, Hofsjökul y M"rdalsjökull. La presencia de los glaciares en el sur explica en parte que la isla esté creciendo por esa latitud. Bien es verdad que el deshielo natural de los glaciares origina todos los años toneladas de residuos que se van depositando en la costa. Pero el desagüe de glaciares como el Vatnajökull se convierte en una fuerza titánica al tener bajo su hielo varios volcanes activos. La última gran erupción en el centro de esta masa de hielo, que equivale a todos los glaciares de la Europa continental, fue en 1996 y la protagonizó el volcán Gjálp. Es el deshielo, junto a los volcanes y la actividad sísmica, uno de los arquitectos de la geografía cambiante de esta isla.
Cascadas de glaciares
No es excepcional que cerca de la capital esté una de las miles de cascadas que desaguan los glaciares. Skógafoss, con 62 metros de caída, es una inmensa cabellera de agua que apenas ruge. Es uno de los puntos más visitados por los lugareños para pasar un día de descanso. Y el agua que se precipita a tierra, tras recorrer un par de kilómetros, se pierde en el mar, que cerca de allí ha tallado auténticas esculturas en la roca volcánica. Quizá su obra maestra esté en Dyrhólaey. Un imponente altar de columnas de basalto desafía a las olas del mar que, sin embargo, demuestran su certeza y paciente victoria con una playa repleta de cantos redondos arrancados al acantilado, en el que anida quizá una de las mayores colonias en Europa de frailecillos.
La franja sur de Islandia es una continua sucesión de lenguas glaciares del Vatnajökull que, a modo de un gran puchero desbordado de leche, deja escapar su milenario hielo por los valles que rodean la gran olla. El mejor modo de visitar sin expediciones de varios días este campo de hielo sin límite es acudir el Parque Nacional de Skaftafell, de donde varios senderos permiten recorrer a ojo de pájaro las lenguas de los glaciares Lomajökull y Skeiôarjöfull. El punto neurálgico y más accesible es la cascada de Svartifoss. El agua ha hollado la planicie, sacando a la luz un tesoro de columnas basálticas tapizadas en sus alturas de una vegetación resplandecientemente verde.
El lago glaciar Jökulsárlon es la estrella turística de Islandia. Pegado a la carretera, que lo sobrepasa en su desembocadura al mar con puente. Abarrotado de témpanos desprendidos del próximo frente glaciar, los enormes hielos se apelotonan unos sobre otros en apenas 17 kilómetros cuadrados. Apabulla tal variedad de caprichosas formas y falsos escenarios repintados con una orgía cromática de azules, blancos y negros, entre focas y gaviotas.
El sobrecogedor espectáculo inevitablemente se ve mutilado por los cientos de visitantes que llegan con sus coches casi al borde de esta laguna llena de algodón helado. El remedio sólo dista unas decenas de kilómetros. El punto de silencio y recogimiento es la laguna del glaciar Fnallsjökull. La espectacularidad de su blanquísima lengua restalla en la quietud de las aguas que alimentan su deshielo. Caminar por la playa de piedras es un ejercicio de deslumbramiento. De la quietud más embriagadora se salta al asombro con el estallido de un desprendimiento a pocos metros, desvelando unas entrañas de azulísimo hielo.
Tras el hielo del sur, el interior hierve en fumarolas, aguas termales, conos volcánicos y minerales resplandecientes. Sólo resta hacer desaparecer al hombre para estar en un paisaje prehistórico o extraterrestre. En el llamado Desierto de los Desterrados, donde los primeros habitantes de la isla expatriaban a los rebeldes e inadaptados durante cinco años, periodo más que suficiente para garantizar que nunca volverían, se entrenaron los primeros astronautas estadounidenses, dada la similitud con el terreno lunar.
Hoy, 12 de Octubre, es nuestra Fiesta Nacional y queremos daros un descanso en las denuncias de los desgobiernos de nuestros políticos y economistas profesionales. ¡Pero tan sólo hoy!
Un rincón lejano de nuestra “vieja Europa” se ha colado en esta bitácora, para no amargaros el día. Las verdades desconocidas, suelen ser muchas veces poco agradables de ser leídas, para ciudadanos poco acostumbrados.
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